Así se realiza la rehabilitación de una lesión tendinosa

La rehabilitación de una lesión tendinosa es un proceso que combina ciencia, paciencia y constancia. Los tendones son estructuras fibrosas que conectan el músculo con el hueso, y su función es fundamental para transmitir la fuerza necesaria para el movimiento. Cuando un tendón sufre una lesión, ya sea por sobreuso, un esfuerzo repentino o un traumatismo directo, su recuperación requiere un enfoque integral que no solo busque eliminar el dolor, sino también restaurar la fuerza, la movilidad y la funcionalidad completa de la zona afectada.

El primer paso tras una lesión tendinosa suele consistir en reducir la inflamación y el dolor. En esta fase inicial, es habitual limitar la actividad física que provoca molestias y recurrir a medidas como la aplicación de frío o la utilización de vendajes o soportes que reduzcan la tensión sobre el tendón. Aunque pueda parecer lógico inmovilizar por completo la zona, un reposo absoluto prolongado puede ser contraproducente, ya que los tendones necesitan cierto estímulo para mantener su estructura y capacidad funcional. Por eso, incluso en las primeras etapas, un fisioterapeuta puede recomendar movimientos suaves y controlados que no agraven la lesión.

Superada la fase aguda, el tratamiento se centra en recuperar la movilidad y la elasticidad de los tejidos. Aquí entran en juego estiramientos progresivos y ejercicios específicos que buscan mejorar la flexibilidad y preparar al tendón para soportar cargas mayores. Estos ejercicios se diseñan de forma personalizada, adaptándose a la ubicación de la lesión y al grado de daño. Por ejemplo, no es lo mismo una tendinitis en el hombro que una en el tendón de Aquiles, ya que las demandas mecánicas y la biomecánica de cada tendón son diferentes.

Conforme la inflamación disminuye y el rango de movimiento se normaliza, se introduce un trabajo de fortalecimiento más intenso. En esta fase, el objetivo es que el tendón recupere su capacidad de transmitir fuerza sin riesgo de recaídas. Los ejercicios excéntricos, en los que el músculo se contrae mientras se alarga, han demostrado ser especialmente eficaces para favorecer la regeneración de las fibras tendinosas y mejorar su resistencia. La carga y la intensidad se incrementan de forma gradual para que el tejido se adapte sin sobrecargarse.

En paralelo al trabajo físico, es fundamental prestar atención a factores externos que pueden influir en la recuperación. Una buena alimentación, rica en proteínas y micronutrientes como la vitamina C o el zinc, ayuda a reparar los tejidos y mantenerlos fuertes. La hidratación y el descanso también juegan un papel clave, ya que el cuerpo aprovecha los periodos de reposo para llevar a cabo gran parte de los procesos de regeneración celular.

En casos más complejos, la terapeuta Miriam Jover de Cerema, nos explica que la rehabilitación puede incluir terapias complementarias como la electroestimulación, los ultrasonidos o el uso de técnicas manuales avanzadas para mejorar la vascularización y favorecer la cicatrización del tendón. En lesiones crónicas o de mayor gravedad, incluso se pueden valorar tratamientos médicos adicionales, como infiltraciones de plasma rico en plaquetas, que estimulan la regeneración de los tejidos de forma localizada.

La última fase de la rehabilitación busca la vuelta progresiva a la actividad física habitual o al deporte que se practicaba antes de la lesión. Aquí, el objetivo es asegurarse de que el tendón no solo está curado, sino que también tiene la fuerza, la elasticidad y la resistencia necesarias para soportar las exigencias de la actividad sin riesgo de recaída. Esto incluye ejercicios de coordinación, agilidad y trabajo específico del gesto deportivo o laboral que provocó la lesión, para reeducar el movimiento y corregir posibles errores técnicos que pudieran haber contribuido al problema.

¿Cómo se producen este tipo de lesiones?

Las lesiones tendinosas suelen producirse cuando el tendón es sometido a una carga o tensión mayor de la que puede soportar, ya sea de forma repentina o acumulada a lo largo del tiempo. Un caso frecuente es el sobreuso, que ocurre cuando se repite un mismo movimiento muchas veces sin dar al tendón el descanso suficiente para recuperarse. Esto es habitual en deportistas, trabajadores que realizan tareas repetitivas o personas que han aumentado de forma brusca la intensidad de su actividad física.

También pueden aparecer por un esfuerzo súbito, como levantar un peso excesivo o realizar un movimiento explosivo sin el calentamiento previo adecuado. En estas situaciones, el tendón puede sufrir microdesgarros en sus fibras debido a la tensión repentina. Otra causa común es la falta de preparación física o un tono muscular insuficiente, que obliga al tendón a asumir más carga de la necesaria.

Factores como una mala técnica deportiva, el uso de calzado inadecuado, desequilibrios musculares o problemas de postura aumentan el riesgo de lesión. Asimismo, el envejecimiento natural de los tejidos hace que los tendones pierdan elasticidad y capacidad de regeneración, lo que los vuelve más vulnerables a cualquier sobrecarga.

En ocasiones, un traumatismo directo, como un golpe o una caída, puede dañar la estructura tendinosa de forma aguda. Además, enfermedades como la diabetes o problemas circulatorios pueden alterar la calidad del tejido y predisponerlo a lesionarse.